Hoy no voy a hablar de una bodega sino
de la historia de unos vinicultores. Una pareja joven que hace ya unos cuantos
años emigró de la capital hacia tierras burgalesas en busca de un sueño. Dos personas que, al igual que nuestro estudio u otros tantos negocios, creen en lo
que hacen porque no les da miedo ni el trabajo ni el esfuerzo ni la lucha, si
detrás hay algo que de verdad merece la pena. Y lo hay. Unos excelentísimos
vinos nos confirman que ellos son buenos, que saben lo que hacen y que lo
hacen muy bien.
El vino siempre les ha apasionado y no me extraña, porque el mundo del vino engancha ¡y de qué manera...! Eran jóvenes y tenían muchísima energía, determinación y entusiasmo, así que, en un momento dado, se dieron la oportunidad de abandonarlo todo y empezar prácticamente desde cero. Cogieron sus cosas y cambiaron la gran ciudad por un pequeño pueblo de apenas 200 habitantes y dejaron atrás la vida rápida para dar paso a la consciencia del tiempo y el silencio... ¿Y todo esto para qué? Pues para dedicarse a elaborar vino en todo su proceso completo: de la tierra a la copa, y que tiempo después brindemos con esas copas y seamos un poco más felices.